viernes, 7 de junio de 2013

Celeste, Ribera de Torres



Primera semana de Junio. Vemos a un barco que entra y


otro que sale, aunque el modelo es diferente.



Y diferentes son también los que, alertado por Antonio, capturé con el teleobjetivo:

-¡Barco extraño a la vista!


Javier y Antonio no están atentos a los barcos, pero sí a los Amigos de La Tana que nos visitan en el Paseo de La Barra.



Gallo pedros, gallinetas, salmonetes… siguen triunfando en la vitrina.


Finalmente recibí el hinojo marino ya preparado –encurtido- y, para que no viajara –vino de Mallorca- solo, le acompañaron unas olivas pansidas muy sabrosas.

Preparé las tostadas con gorgonzola, según la receta del libro de “Cocinar con hierbas de muchas maneras”, pero no me atreví a hacer la prueba en La Tana, pues Dionisio solo se entusiasma con los salmonetes y demás capturas locales.


Claro que después, ya en el Paseo de La Barra, Andrés y Oleg nos prepararon, entre otras cosas,


unas gambitas, las clásicas al ajillo que, bien refrescadas con un verdejo a la temperatura indicada, nos preparan para hacer frente a las pequeñas turbulencias admosféricas de este junio al que le cuesta hacernos sentir que el verano ya llegó.


Lo que si nos llegó es el Celeste Roble, Ribera de Torres  con 90 puntos de la Guía Peñín. Fino y agradable sabor que nos animó la mañana.

Bueno es el vino pero, según sabemos el agua es, sino mejor, cuando menos vital. Así consumimos litros y litros de Lanjaron y algo de Vichy, pero menos.  

Recientemente, y gracias al Recetario práctico y saludable –ver Librosdecocina y gastronomía- he descubierto 



2 comentarios:

  1. Supongo que tenía que llegar este momento, me refiero al de la comercialización del agua de mar.
    En realidad hace muchos años que me encontré con la sorpresa de que el agua de mar se bebía como una especie de terapia. Era una niña y mi tío tenía en su nevera una botella de apetitosa agua fresquita, que pronto comprobé con desagrado, que se trataba de agua de mar. Puaggg, casi me muero, y sin anestesia como yo digo, sin estar preparada, me pegué un tragazo de agua salada que paqué jajaja. Luego se ha comercializado en forma de gotas nasales si no me equivoco. Y ahora, agua de mar para la cocina. Bueno, supongo que a los madrileños les vendrá mejor que a nosotros, porque no te imagino a ti Sebastián, teniendo el mar a un tiro de piedra como lo tienes, comprando agua de mar embotellada jajaja.
    También sé que los habitantes de los pueblos pesqueros cocinan sus mariscos con agua salada desde siempre, pero bueno, supongo que esta embotellada tendrá sus garantías de pureza que quizás en la orilla no se encuentren.
    Sebastián, vamos cumpliendo años y cada vez asistimos a más "inventos" y cambios culinarios: que si el pescado azul es malo y ahora es bueno, que si las proteínas no muchas y ahora recomendables, que si lo integral mejor y ahora sin gluten, o la soja o la leche de vaca... Bueno, ya sabes a qué me refiero.
    Yo de momento, me quedo con esas gambitas y un vinito compartido con mis amigos de La Tana.
    Un abrazo grande.

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  2. Amiga Fina:
    Mis catas del agua de mar las recuerdo de los veranos, a finales de la década de los cuarenta, cuando mi madre me llevaba a la playa en Barcelona. Había un cuerda anclada en la orilla que se adentraba unos metros en el mar. Los bañistas nos agarrábamos y dábamos algunos pasos hacia dentro. Al menor descuido venía la ola y en alguna ocasión, como íbamos con la boca abierta, pues eso, que el traguito estaba asegurado. Y claro, el recuerdo, por lo que respecta al sabor, tampoco es muy agradable.
    En La Tana usamos el agua de mar y con frecuencia veo que salen con un cubo y una cuerda y se van a las rocas de fuera del puerto para tomar agua. ¡Ahí tenemos ventaja!
    Un saludo,
    Sebastián Damunt

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